La prematuridad se asocia a la interrupción de los procesos de desarrollo normales del neonato en relación a la maduración de los órganos sensitivos y la dificultad de que los procesos de migración neuronal, muerte celular y mielinización se lleven a cabo según las condiciones propias del ambiente uterino de oscuridad, silencio y postura adecuada.
El bebé prematuro, por tanto, se desarrolla en un entorno inusual y ha tenido menos tiempo para el desarrollar su sistema nervioso en un entorno controlado, siendo vulnerable a los estímulos sensoriales de exposición continua al no estar neurológicamente listos para integrarse a la sobrecarga sensorial.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que cada año nacen unos 15 millones de niños prematuros, considerándose la principal causa de defunción neonatal y la segunda en los niños menores de 5 años.
El principal problema a corto plazo que podemos encontrar es la extrema sensibilidad del sistema nervioso y las estructuras del cerebro del bebé que puede originar dos de las situaciones más graves y frecuentes: la falta de oxígeno y las hemorragias cerebrales, principales causantes de la parálisis cerebral infantil.
Los problemas de los niños prematuros a largo plazo son evidenciadas en la afectación de la capacidad de la praxis: la imitación, la secuenciación y la construcción, las habilidades motoras; las capacidades cognitivas como la percepción; las habilidades de procesamiento y las capacidades de regulación emocional.